Leyenda La cañada de las vírgenes
Leyenda del Estado de Michoacán
En uno de los recovecos de la sierra Madre Occidental, rompiendo las rocas a una altura considerable, un alegre chorro de agua irrumpía al vacío y caía generoso sobre un estanque cristalino de fondo verde y peces amarillos. Como las arrugas de la sierra eran muy apretadas por allí, no había quién disfrutara del agua fresca que salía de las montañas. A veces los pobladores de Uruapan o sus alrededores se acercaban en osadas excursiones, pero eran muy pocos los valientes porque sobre el lugar pesaba una obscura leyenda. Según algunos, las pruebas de que era cierta yacían a un lado del estanque, se trataba de tres rocas dispuestas dos de ellas formando una cama y la tercera, de forma triangular y puntiaguda, tirada a un lado.
La gente contaba que en tiempos prehispánicos allí se reunían los mexicas de los alrededores a realizar los sacrificios que la ley de los tarascos les impedía hacer en Michoacán. De boca en boca se decía que las vírgenes sacrificadas habían quedado atrapadas en las paredes y las cuevas de la cañada. Y más de alguna persona tenía un conocido cuyo primo o hermano se había ahogado allí.
"A los hombres que entran, las vírgenes les jalan los pies", decía la gente.
A principios de 1795 llegó a Uruapan Carlos de Labastida, un empleado del gobierno borbónico que estaba en Michoacán debido a los rumores de que allí se sembraba tabaco, lo que era ilegal según las leyes españolas. Labastida recorrió todas las zonas montañosas cuyo clima resultase propio para sembrar la planta prohibida, sin hallar nada que confirmase el rumor. Casi al finalizar la búsqueda, don Carlos se topó con la Cañada de las Vírgenes , cuyo fresco estanque lo convidó a tomar el baño de aquel mes.
Don Carlos entró a las aguas en compañía de uno de sus ayudantes, que era su hijo, de nombre Ignacio. A la vista del resto de la expedición compuesta por tres personas más, los Labastida tomaban su baño y de pronto se hundieron bajo el agua, yéndose cada vez más a lo profundo jalados por muchas manos.
En el fondo del estanque, las vírgenes llenaron de besos y caricias a los Labastida, manteniéndolos vivos con su irresistible aliento cavernoso y mágico. Eran una treintena de mujeres cuyas almas, solitarias y ardientes, estaban dispuestas a satisfacer los deseos de sus cuerpos mutilados, sin corazón. Pero las vírgenes no podían hacerlo con los vivos, así que propusieron a los Labastida un trato: la vida de los tres hombres que estaban en la superficie a cambio de las suyas. Los hombres debían llegar al fondo del estanque sin corazón que les latiera. Ellos debían sacárselo a cada uno con las tres piedras de la superficie.
Pocos días más tarde, pasó don Carlos por la ciudad de Uruapan y se fue para Valladolid sin despedirse debidamente de aquellos que le habían dado cobijo. El funcionario borbónico regresó a la ciudad de México, donde expidió su renuncia al gobierno aduciendo motivos de salud. Poco más tarde embarcó en Veracruz con rumbo a la Coruña y de vuelta en su natal Cuenca abandonó familia y riquezas y se metió a un monasterio, lo mismo que su hijo Ignacio.
Se cuenta que muchos años después, en la cañada de las vírgenes el agua seguía hermosa y la vegetación exuberante, pero algo había cambiado. Un campesino de la región cayó al estanque por accidente y pudo salir del agua ayudado por una cuerda, sin que nadie le jalara los pies. Creyéndolo un milagro, el hombre llevó al cura a que bendijera el agua y para que no quedaran más resabios de la leyenda, el cura mandó que las tres piedras fueran arrojadas al fondo del estanque.
Sin embargo, la gente no recuperó el lugar, lo volvió a abandonar cuando apareció allí el cuerpo de un español colgado de una rama. Era Ignacio Labastida, que según cuenta la leyenda, había viajado hasta el sitio para expiar sus culpas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario